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jueves, 5 de diciembre de 2013

HASTA QUE LA VIDA NOS SEPARE


Los patrones culturales de nuestros padres y ancestros, y de la sociedad en que hemos crecido, tienen influencia en nuestras mentes desde que estamos en el vientre materno hasta que llegamos a la culminación de nuestras biografías particulares. 

Somos influidos paulatinamente por los mayores en nuestros aprendizajes o imitaciones de esos comportamientos y nos los vamos apropiando.


Llegamos a ser adultos, y al relacionarnos con otras personas, esa programación y esa memoria van guiando nuestros comportamientos en las relaciones que entablamos.
repetimos los hábitos de nuestros padres y parientes más cercanos y nos basamos en sus creencias.


 Y todo ese caudal de información  repercute en las relaciones tempranas de padres e hijos y en las imposiciones y dogmas con que hemos crecido: Eso no se hace, Eso no se dice, Esto es lo que tienes que hacer.

En las relaciones de pareja, el modelo de comportamiento impuesto por las tradiciones sociales y familiares establece también unos modos de acción que mantienen generacionalmente las divergencias y la separación.

Nos sermonearon desde la cuna sobre el entendimiento de la vida como una lucha, donde las conquistas son adecuadas y necesarias y donde unos seres humanos deben dominar y otros deben ser dominados. 

Nos enseñaron las estrategias para destacar sobre otros y para establecer alianzas que nos permitieran escalar posiciones.

Esa pobre filosofía es lo que pretendimos aplicar en nuestros nexos sentimentales o de pareja representados en el significado pleno de los verbos conquistar, dominar, poseer, vencer, obtener y si fuera necesario, engañar- para lograr nuestros objetivos de éxito y control donde nuestro liderazgo y autoridad fueran incuestionables, aun a costa del bienestar y de la autonomía de otros seres humanos.

Bajo esa programación ajena,nuestros vínculos de pareja no podían ser sólidos, y la pretensión de que fueran duraderos por toda nuestra existencia sólo fue una ambición desmesurada: allí solo podíamos manifestar nuestros papeles de amos o de sirvientes en una relación desigual donde tratamos infructuosamente de alcanzar una felicidad basada en ficciones. 

Nadie puede mostrarse sinceramente tierno siendo esclavo ni tampoco considerándose superior a otro. 

Normalmente, los encuentros iniciales no son de seres humanos que nos relacionamos en el presente de nuestras vidas sino de personalidades que traemos nuestro archivo mental de situaciones dolorosas o abrumadoras del pasado no resueltas ni entendidas y por lo tanto, no aceptadas ni liberadas.


Tras la apariencia agradable que nos atrae de otros, están sus atributos negativos que se guardan solapada o temerosamente y, en ocasiones, con mentalidad de sufrientes que obsesivamente rinden culto a sus padecimientos.

Inevitablemente, las imágenes de bondad y simpatía son desplazadas por las de hostilidad y desasosiego porque no es posible una relación ecuánime entre seres humanos que contemplan la vida con una visión opuesta .

Podemos preguntarnos: ¿Cuándo podremos volver a la vida del ahora dejando en paz las devastaciones y experiencias amargas del pasado? ¿Cuándo podremos asumir nuestra autonomía y la integridad de nuestro ser afirmando nuestra confianza y nuestra fortaleza en la abundancia y provisión de la vida y no en las carencias y percepciones tristes del pasado?
¿Cómo queremos ser recordados?


Hugo Betancur.



ABRAZOS DE LUZ!!!

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